Nanciyaga es posiblemente el único lugar alrededor de Catemaco, Veracruz, que conserva una version comercial del misterio de la magia de Los Tuxtlas.
Fundada en principios de 1980, esta pequeña reserva en la orilla de Laguna de Catemaco crecio con la publicidad y el dinero adquirida con la filmación de la película "Curandero de la Selva" con Sean Connery. Nanciyaga desde entonces se ha convertido en una reserva ecológica y una pequeña Disney World magica.
El propietario fue entrevistado en un diario mexicano, pero el enlace lamentablemente ha desaparecido. Aquí está la reimpresión de la antigua "Catemaco News" de 2006.
Aquí se duerme con la música de la selva
Carlos Rodríguez ‘Caco’, ecologista:
«Vivió la destrucción de las selvas latinoamericanas y acabó por convertirse en pionero del turismo ecológico. Oveja negra de una familia de tabaqueros, Carlos Rodríguez, conocido como Caco, de 62 años, compró a los 40 una zona pantanosa en el lago de Catemaco (Veracruz) y creó la reserva ecologica de Nanciyaga, parque viviente y una especie de spa prehispánico, con baños de temascal (con piedras volcánicas al rojo), barros, masajes y limpias brujeriles. Sus cabañas están entre las habitaciones más codiciadas de México.
—Siempre pensó que un día tendría una selva, como cuando era niño.—Entonces todo era bonito, todo era monte y selva. Aunque ya mi abuelo me decía que no había tantos animales como antes. Ibas de aquí al mar y todo era selva, arroyitos cristalinos, no había basura ni plástico. Nanciyaga fue una necesidad de siempre, que pude realizar tarde.
—Su tenacidad nace de una suerte de trauma juvenil, ¿no?—Estudié veterinaria y volví. Los gobiernos empezaron a repartir tierras, hasta hubo una comisión nacional de desmonte y una ley por la que te podían acusar de tener tierras ociosas si había selva en tu rancho. No midieron las consecuencias. Algunas tierras sirvieron para agricultura, otras para ganadería, pero al ratito la calidad del ganado fue mala y el maíz ya no funcionó. Las tierras no dieron para subsistir y lo que había sido selva quedó abandonado.
—Vio nacer la sierra mecánica…—Me tocó ver ese pinche invento de la motosierra, ese aserradero por tátil que permitió acabar con todo. El progreso era acabar un domingo con el último círculo de monte y organizar la matazón de los animales que se habían refugiado allí.—Por eso dejó el gremio ganadero.—Vendí mi ranchito y con eso compré este lugar. Había que hacer algo productivo y demostrar que la selva sirve para algo más que derribar los árboles y hacer un pastizal. Y la idea funcionó, aunque todos me decían que estaba loco y que no era viable.
—¿Le ayudó el Gobierno?—Más bien se resistió a aceptar que esto era una reserva; decían que era demasiado chiquito. Tras mil trabas burocráticas, fue inscrita como reserva ecológica educacional. Pero estamos demostrando que hay opciones productivas en la selva.—
¿Y educa?—Hacemos una educación ambiental importante. Vienen a descubrir la selva muchos niños de zonas que yo conocí como selvas enormes. Ahora viven en medio de malos prados, mal ganado, mala agricultura. Aquí hay muchos animales que al prinicipio temían al hombre, y ahora los vemos cerquita, no nos tienen miedo, los puedes retratar, casi tocar.
—Nanciyaga, además, da trabajo.—Tenemos contratadas a 60 personas, una nómina que asusta, sobre todo en esta época de tormentas y ciclones, en la que hay que seguir pa gándoles. En vacaciones contratamos a estudiantes como guías.
—¿De qué consta Nanciyaga?—Recibimos a los turistas y les hacemos un recorrido por la selva, en el que ven reproducciones de piezas arqueológicas, obra nuestra. Van a un manantial de agua mineral y beben de un pocito usando como vaso una hoja de la planta apiche. Se les hace una mascarilla de fango mineral…
—Tiene un teatro dentro de la selva.—Hemos tocado a Mozart o Beethoven, y música de percusión de Senegal o Cuba. También hemos representado a Cervantes. A los músicos les daba miedo meter los instrumentos en la humedad de la selva, pero ahora todos quieren venir a tocar.—”Si entras al temascal podrás navegar con el viento”, escribe Laura Esquivel en su novela Malinche.—Es un baño de vapor, cultura del México antiguo. Todas las casas tenían su temascal y había uno ritual, otro para tomar decisiones de la tribu… Tratamos de acercarnos a la tradición. No se puede describir, hay que meterse en él. Sí puedo decir que es muy sano: eliminas las toxinas, la cochambre que tienes, y creces, hay un crecimiento espiritual.
—Nace un río de agua carbónica.—Al salir del temascal, te metes en un manantial de agua mineral, un regalo extraordinario que tenemos aquí. No vendemos el agua mineral: nos sumergimos en ella.
—La gema son las 10 cabañas.—Es increíble que venga gente de España, o de Israel, solo a las cabañas. La revista de Mexicana de Aviación nos cita como unas de las 10 habitaciones más cotizadas de México. Y, sí, nos han sacado muchas veces de apuros, porque, aunque son más caras que las de los hoteles, siempre están llenas y reservadas con meses de antelación. Son habitaciones privilegiadas, porque se duerme mecido por la música nocturna de la selva.
—Tienen hasta un chamán.—No queremos problemas, y nuestro chamán solo hace una barrida del aura con hierbas de la selva. No se dedica, como los de Catemaco, a males de amores o brujerías negras. Lo mágico no viene dado por la brujería, sino por el magnetismo natural de la región de Los Tuxtlas.